"CUAL SI QUISIERAN JUNTAR CIELO Y TIERRA, RUGEN, LLAMANDO A PUERTAS Y VENTANAS, MAS NO LOGRAN ENTRAR, Y ES MÁS GRATO NUESTRO DESCANSO EN LA SEGURA SALA".

jueves, 6 de diciembre de 2012

LOS PLACERES DE LA CARNE

El cuentakilómetros empezó a escupir las siguientes velocidades: 50, 60, 80, 90, 100, 120 y ¡PUMMMMMM! El Hispano-Suiza T64 de Piluca de Llano se empotró con uno de esos árboles que suelen crecer a los lados de las carreteras y que de vez en cuando se abalanzan sobe los desprevenidos conductores.
Piluca, que a una complexión débil unía un histerismo crónico, no sobrevivió a tan fatal accidente, puesto que en los libros del Cielo estaba escrito que su muerte ocurriría en el año 1932, en un caluroso 5 de julio y sin haber conocido los placeres de la carne. Terrible destino el de irse a la otra vida sin haberse deleitado en los placeres de la carne, pero así estaba escrito en el Cielo, y contra ello no había recurso posible.
Nada más morir su ingrávida alma fue llevada por dos mozos sin categoría de ángeles a las Puertas del Cielo, donde había una cola que alcanzaba los tres kilómetros y doscientos metros, pues ese día estaba escrito que muriesen 3200 personas (a una por metro, si se dan cuenta). Allí había de todo como en botica: desde escritores de cuplés hasta galanes de monjas, pasando por falsificadores de pelucas y gente que se liaba el tabaco a máquina. Piluca, que como ya dije era histérica crónica, no pudo reprimir un agudo grito que solamente pudo ser sofocado por las dos bofetadas que uno de los mozos le propinó en el carrillo derecho.
 –Aquí se viene a recibir la vida eterna- dijo el mayor de los mozos, poniendo cara de alfombra persa. Pero ella en vez de callarse protestó, argumentado que ella no había pedido recibir la vida eterna con tan sólo veinticinco años y mucho menos sin haber caído rendida ante los brazos del hombre por el que bebía petróleo, que no era otro que su primo Alfredo, eterno opositor a Hacienda y cuyo secreto mejor guardado era el no revelar a nadie que era un memo, no obstante sospecharlo todo el mundo. Sin embargo, los argumentos de Piluca fueron refutados por una sonora bofetada del mayor de los mozos. Y es que éstos tenían órdenes de San Pedro de atizar al primero que protestase. Cosas de San Pedro…La pobre Piluca no tuvo más remedio que callarse y ponerse en la cola para esperar que le llegase el turno de ver a San Pedro y que éste le otorgase una suite en el Cielo.
Tras tres horas de espera se encontró delante de San Pedro. Éste la miró de arriba abajo y tras sopesarlo unos instantes se preguntó si era justo o no que alguien acabase su vida sin haber probado los placeres carnales, por lo que decidió telefonear a la más alta instancia (San José, que en aquel caluroso mes de julio sustituía a Dios, pues éste se había tomado unas vacaciones previniendo el duro trabajo que le esperaba en los próximos años: una guerra civil en España y una mundial). San José, con plenos poderes, decidió otorgar a Piluca un plazo de 48 horas para que probase los placeres de la carne antes de entrar en el Cielo, por lo que se la devolvió de nuevo a la Tierra. Atónitos quedaron todos cuando vieron como Piluca en vez de dirigirse a casa del memo de su primo Alfredo se encaminaba al Gaucho Feroz, un coqueto restaurante argentino ubicado en la calle Claudio Coello de Madrid (consulte planos), en el que se hizo servir un filete que pesaba cerca de tres kilos. Tras terminar, no sin dificultades, aquella masa de carne, se dirigió a su casita, donde se abalanzó sobre la cama para hacer la digestión y esperar a que se la llevasen de nuevo al Cielo.
-Piluca era vegetariana desde antes de nacer, por eso no había probado los placeres de la carne- dijo San José.
-Piluca es tan imbécil como su primo Alfredo- apostilló san Pedro mientras se limaba las uñas.
-¿Qué hacemos con ella?- preguntó uno de los mozos.
Se trata de un malentendido, ella no tiene la culpa- dijo San José, que ese día estaba más guapo que un San Luis.
-¿Pero la subimos al Cielo o la dejamos en su cama haciendo la digestión?- preguntó San Pedro en falsete.
Tras sopesarlo durante unos instantes, San José decidió dejarla vivir, pero a cambio se subieron a el memo de Alfredo, que tampoco había probado los placeres de la carne, y no precisamente por ser vegetariano. “Quid pro quo”, le dijo uno de los mozos mientras le soltaba una sonora bofetada de bienvenida.

2 comentarios:

  1. ¡Qué raro es poder saborear un buen y sabroso canapé literario a horas tan tempranas! Una delicia. Por cierto, pónganme otro de buey para mí, a ser posible de 950 gramos y crudo, ni siquiera vuelta y vuelta.
    Gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, querido Hubi. Seguiremos deleitando las mañanas, las tardes y las noches mientras Destino y Fortuna así lo quieran.

      Eliminar