"CUAL SI QUISIERAN JUNTAR CIELO Y TIERRA, RUGEN, LLAMANDO A PUERTAS Y VENTANAS, MAS NO LOGRAN ENTRAR, Y ES MÁS GRATO NUESTRO DESCANSO EN LA SEGURA SALA".

domingo, 16 de septiembre de 2018

PITU SE SINCERA



Todos en la vida sufrimos un desengaño amoroso o una gripe, pero nadie muere de un desengaño amoroso y sí de una gripe. Por mi parte, yo no he sufrido por amor, porque he sido siempre un castigador con las mujeres. Para ellas he resultado como un tormento inquisitorial, porque amarme a mí es tarea harto difícil, ya que mi amor hacia una mujer suele durar lo mismo que tarda un cura loco en persignarse. Soy así de locuelo: amo con intensidad durante breves instantes y después aborrezco con furor durante días, y como comprenderán, así hago sufrir de lo lindo, pero ¿qué sería la vida sin un poco de sufrimiento? (Se hace una pausa de cinco minutos en la que un servidor aprovecha para prepararse una tortilla de cebollas) Como veo que ninguno de ustedes se digna a responder, vuelvo a preguntarlo: ¿qué sería la vida sin un poco de sufrimiento? (Nueva pausa)
Han pasado cuarenta minutos, el tren rápido Madrid-Irún y un azucarero y aún no han respondido. Uno ya no sabe si es que no me leen o es que no saben qué responder, pero allá ustedes, porque yo sí que sé lo que sería la vida sin un poco de sufrimiento: una timba de bacarrá, y como comprenderán no podemos estar constantemente en una timba de bacarrá, por eso el Supremo Hacedor nos condenó a sufrir un poco en esta vida. Cosas del Plan Divino, que yo no pienso entrar a discutir. Por eso mis amadas, que se cuentan por miles, han sufrido a mi lado más que una madre con un hijo empeñado en hacerse autor de zarzuelas. Sirva como ejemplo la carta que recibí hace dos días de una antigua novia. Aunque fuimos novios durante dos años, dos meses y un día sólo recuerdo que todos la llamábamos Pitu y que se crió en Teruel, donde su padre tenía una fábrica de pelucas y confeti. A parte de eso, no recuerdo nada más. Su carta, perfumada con petróleo Gal, era de lo más hiriente hacia mi persona que jamás he leído, pero dado que soy un ser repugnante al que le da igual todo he pensado en reproducirla para ustedes:

“So arrastrao: me citaste en el Istanbul a las cinco de la tarde y no apareciste. Cinco horas te esperé, lo que hicieron seis cafés, dos vermouths y una ensaimada, que, como comprenderás, tuve que pagar con mi dinero, porque al señor no le fían más allí. Sabía que eras un granuja y un desalmado, pero lo de ese día no te lo perdono ni en tres vidas. ¿Tú sabes que bochorno? Estaban allí Pepita, Piluca y José María, a los que dije que había quedado contigo. No hacía más que reírse y decirme que haces lo mismo con todas para dejarlas, que eres más malo que un dolor en un costado y que para ti las mujeres no significan nada. Yo te quería ¿sabes? Ya, qué vas a saber tú que sólo te interesan las carreras de caballos y bailar fox-trot. Durante meses creí morir y te llamé a casa a todas horas, pero tienes bien enseñado a ese meningítico de mayordomo para que diga que el señor está pasando una temporada en Saint Moritz. Pero ya lo he superado, ya no te quiero más, y te odio, te odio mucho, ¿sabes? Te odio hasta aburrir, ¿quieres qué te diga cuánto te odio? Aunque conociéndote seguro que no te importa. Y ahora viene lo bueno. Agárrate, que verás canela fina: me caso el sábado 12 y voy a ser una mujer feliz, con un hombre feo mucho mayor que yo, que tiene muchos millones en el banco, que no me escucha cuando hablo, pero me dice a todo que sí, que me va a comprar un coche y un chalet en Cercedilla y que es tan mayor que se duerme a todas horas. Por fin voy a ser dichosa y quería decírtelo para que rabies de envidia.

Pitu 

Postdata: ojalá te enamores algún día y te hagan sufrir, so Barba Azul".

sábado, 15 de septiembre de 2018

UN AMOR AL PASO DE LA OCA


Por aquellos tiempos era oficial de carros en la FKL (Schwere Panzer Kompanie) 316, agregada a la División Panzer-Lehr(1), que se había engolfado en durísimos combates en Normandía contra unos señores que se hacían llamar ingleses, canadienses y norteamericanos. Como estos pollos pera disponían de cantidades industriales de municiones, combustible, carros de combate, aviones, altramuces y soldados nos zurraban constantemente, aunque nosotros se lo poníamos muy difícil. El resultado fue que de las ocho Tiger de la compañía no quedaba ni uno para finales de julio de 1944, por lo que nos ordenaron retirarnos de la zona de combates para ser reequipados. Así que nos fuimos a París hasta que nos mandaran unos cuantos Tiger II con los que poder asustar a esos salvajes que habían desembarcado en Normandía. París, por si alguno de ustedes no lo sabe, era y es la capital de Francia. Y Francia es un país habitado por seres muy estirados y elegantes, a los que los alemanes, menos elegantes, les hemos zurrado e invadido tres veces en menos de un siglo, de ahí que las carreteras francesas estén siempre flanqueadas de árboles, pues de esta manera el bravo soldado alemán puede invadir la bella Francia marchando siempre por la sombra. ¡Son tan locuelos! En París mis hombres (una pandilla de inadaptados y solterones embrutecidos por la guerra y las sandeces de los jerarcas del régimen) y yo nos dedicamos a lo que se puede dedicar un soldado de permiso: a hacer punto de cruz, saltar a la comba y a flirtear (¿Flirtear? Vaya cursilada, lo sé...) con todas las francesitas. Fue en el café Poincaré donde la conocí. ¿A quién? He olvidado su nombre, pero recuerdo que sus padres tenían una pescadería en Nantes y que su abuelo había sido un famoso reumático. Estaba sentada en la terraza de aquel café disfrutando de ese hermoso día de verano, con la mirada perdida, como esperando algo o alguien (después me confesó que se había quedado ligeramente dormida). Su pelo era dorado como las cúpulas de las catedrales ortodoxas y bizqueaba del ojo derecho. El color de sus ojos era azul, de ese azul que cantan los poetas cuando no tienen nada mejor que hacer. Sus piernas ¡ay sus piernas! eran como las autopistas alemanas: largas, sin baches y sin límite de velocidad. ¿Sin límite de velocidad? Por regla general a las mujeres europeas y a las de las tribus de Nueva Guinea les gusta que sus piernas sean acariciadas de manera suave, con laxitud oriental, sin embargo, esas piernas tenían un cartel que ponía: “SIN LÍMITE DE VELOCIDAD. DIRECCIÓN ÚNICA”. Y esa única dirección era esa parte de la anatomía femenina que todos ustedes varones conocen y desean, y que no voy a explicar, puesto que hablar de ello me llevaría mucho tiempo y el tiempo es oro. 
Me senté frente a ella y después de estar cuarenta y dos minutos mirándola fijamente se me acercó y me preguntó si la miraba a ella. Me puse colorado como un vietnamita, con lo que di la callada como respuesta. Ella soltó una carcajada a lo Bismarck y se sentó en mi mesa. A los diez minutos me había resumido su vida: hasta los doce años había sido una niña gorda, mema y fea; de los doce a los dieciocho había adelgazado y se había puesto más guapa y más mema; de los dieciocho a los veintidós había perdido el tiempo con el hijo del boticario de su pueblo, para después dejarle y venirse a París, y de los veintidós a los veintiséis había sido la amante de un teniente coronel de la Wehrmacht, que quería ser barítono de zarzuela cuando acabase la guerra.
(Continuará…)

(1) Se regalarán tres entradas para el próximo estreno de mi obra teatral “¿Cómo es posible que en España haya tanto imbécil?" para aquel que sepa decirme el nombre del general que mandaba la División Panzer-Lehr por aquellas fechas.